De
gore, canibalismo y violaciones: una
penetración al horror erótico de
Nictofilia
vol. 2
Por:
Gonzalo Del Rosario
Dossier: Horror erótico. Solo
leer de qué iba la convocatoria para el segundo número de Nictofilia me
estimuló a moldear diversas ideas durante las febriles noches previas a mi
viaje para luego escribir ya en Barcelona un nuevo cuento (hacía tiempo que no
me aventuraba) y mandarlo a la redacción a pocas horas antes del cierre, o creo
que me pasé no sé, pero sumiso les rogué participar mediante un extenso mail:
me respondió la editora Marcia, a quien le comuniqué mi agradecimiento fascinado
por su iniciativa, ya que vuestra merced (yo) siempre ha sido fan de este tipo
de porquería, que adoro.
Sé que Jules Verde también
se sintió excitado por esta convocatoria sobre la que compartíamos vía inbox.
Siendo nuestro principal cultor del cuento pornográfico en la especialidad de
parafilias: coprofilia, zoofilia, pedofilia, necrofilia, urolagnia,
sadomasoquismo, sumisión, fetichismo, exhibicionismo, incesto, violaciones,
todo lo que quieras, todo lo que tu cuerpo y cerebro esté dispuesto a aceptar,
sería un pecado mortal no haberlo incluido. Jorge Torres mandó la coprófila y
zoófila Cerdorwell con final feliz,
como una brevísima muestra de su giganovela Struendalll
que abarca muchos temas y a la vez la nada, y eso es lo más hermoso.
De hecho, es probable que
seamos junto al legendario Carlos Carrillo y Glauconar Yue los únicos
“peruanos” reunidos en el volumen, y he ahí su principal acierto. El afán
internacional de Nictofilia ha reunido bajo llave a esta legión procedente de
los rincones más oscuros de Hispanoamérica. La mayoría son de la península (con
siete colaboradores) lo que es un indicador de lo sexualmente liberados y/o
trastornados que andan hace ya mucho por la Madre Patria; y lo mismo podemos
afirmar de los cinco mexicanos publicados. Esto también denota cómo ambos
países nos llevan años luz en cuanto a este tipo de revistas bizarras.
Completan la terna Colombia, Argentina, Uruguay y Paraguay con un seleccionado
cada uno.
Vamos al barro. Mis cuentos
favoritos del libro son El Jachirú
del argentino Rogelio Oscar Retuerto y El
último prisionero del mexicano Abraham León Chávez. Me interesan por su
agilidad, y porque la estructura de ambos responde al cuento clásico de horror.
En ese sentido, parecen salidos de aquellas antologías pobremente traducidas de
ediciones baratas o pulp, que dado su carácter de paperback, de lecturas para
viajar de día, te atrapan, y te saben llevar de la mano hacia un final donde te
la aplastan o la desgarran sin asco.
La diferencia es que
mientras la temática de El último
prisionero se acerca al imaginario del horror estadounidense en la línea de
la triada Poe, Lovecraft y King para hablar del ocultismo y la demonología,
tema gringo por antonomasia; El Jachirú
está más emparentado con las tradiciones y leyendas de los pueblos
latinoamericanos y sus bestiarios. En los dos, el clímax se da en la escena
coital con un demonio y un monstruo, respectivamente, que son tan estimulantes
como venirse dentro de la mujer amada, o como recibir latigazos de la misma.
Siguiendo estas características
propias de la claridad del cuento de horror pulp La dama de la máscara dorada del uruguayo Víctor Grippoli evoca a
los clubes privados de antifaces (¿Eyes
wide shut?) o sectas de cultos milenaristas con orgías espiritistas incluidas;
así también, otras variantes “americanas” son la del grupo juvenil que sale de
viaje solo para encontrarse con un destino feroz y aberrante en El ausente, del mexicano Rigardo Márquez;
y la incursión en el gore/snuff movie de El
hotel latino en un día especial, del también azteca Yair Ayala. Este par debe
ser lo más similar a películas porno en medio de un volumen plagado de
depravación.
Además, la narración de Ayala
corona la cantidad de canibalismo y gore que cercena la mayoría de los cuentos,
como es el caso del protagonista de Olores,
de la española María Larralde, cuando no contento con violar a su perra mascota
penetra también a sus cachorritos antes de comérselos vivos. Algo similar pasa
en La chica más blanca del primer ciclo,
de Carlos Carrillo y Glauconar Yue, y su pareja de amantes que discute sobre:
“¿Qué crees que te va a pasar si comes carne humana? Es igual de sano que
cualquier otra cosa, nada más le tienes miedo” (33).
Manteniendo el estilo de
mutilaciones y sangre a borbotones, la necrofilia dice presente en Salomé, de la española Laura de la Cruz
Martín, donde una creyente católica revela su amor por un cura a quien ha
decapitado solo para masturbarse con su lengua y labios muertos. Otro sacerdote
es el culpable de las pesadillas de la protagonista de Solo sube un poco tu vestido, del colombiano Iván Tovar, la cual de
niña sufriera un intento de violación por este, dejándola traumada hasta solo
buscar la satisfacción cortando extremidades de los cadáveres de una morgue e
introduciéndoselos, acción que también realiza la mujer cuyo nombre titula el
cuento Encarnación del español José
Ángel Conde, que sí fue ultrajada por un cura, solo que ella se mete en la
vagina chorizos hechos con los restos de su cerdo Guapo, con el que se
revolcaba desnuda en su charca. Aunque para cerdos mejor el relato de Jules.
Antes de continuar es grato
señalar cómo gran parte de las historias describe a ministros de la Iglesia
católica como emisarios de la depravación (no creo que la asociación sea
gratuita, méritos ostentan desde hace dos mil diecisiete años con tanta tortura
y pedofilia). La prueba más notoria ocurre en El ausente, donde espíritus malditos de un convento de monjas
ultraja y sodomiza a un grupo de jóvenes mochileros que pretendían grabar un
reportaje. Para variar mi cuento Caídas
también presenta a un cura de pueblo como antagonista.
Empero, no son la única
clase de sacerdotes, así como en El
último prisionero y La dama de la
máscara dorada, maestros de rituales ocultistas son retratados en Penitencia, de la española Cristina
Martínez Carou, quien entrega el relato más homoerótico del conjunto: un viejo mercader
usa a un joven virgen para purgar sus pecados en una ceremonia nocturna donde
será sodomizado hasta la muerte por unos ángeles que representan a la gula y la
lujuria. Lo mismo sucede con Ábreme la
puerta, del también español Pedro de Andrés, solo que en este caso un stripper
ciego es amante de una bruja que cansada de sus ruegos para que lo tome como su
aprendiz transforma su cuerpo en un portal por el cual comunicarse hacia el más
allá.
Mención aparte merecen los
relatos donde el deseo insaciable de sus personajes se convertirá en su
perdición: El ritual sonoro, del
mexicano Hugo Casarrubias, habla de una melómana arrecha que consigue un vinilo
cuyos sonidos relajantes la conducirán a un viaje astral donde será ultrajada
por unos chamanes aztecas, de los cuales no podrá escapar. Sin embargo, la
mejor manera de cerrar esta selección de horror erótico es Tacto, de la española Dolo Espinosa. En su historia, lo que parecía un
club para erotómanos compulsivos se torna en horror cuando todas las manos que
acarician el cuerpo de la ninfómana protagonista, en aquel cuarto oscuro,
empiecen a morderla y a despedazarla, así, en medio de sus gritos de placer y/o
dolor se da por finalizado este tour de forcé de erotismo criminal.
Sobre la sección de poemas
poco puedo opinar siendo yo un humilde narrador de horror erótico. No obstante,
en líneas generales debo reconocer que el segundo número de la revista Nictofilia
no solo es un lujo por su acabado y la lujuriosa portada debida al inefable
Doctor Plaga (aunque parezca un dibujo macabro de sadomasoquismo: ¡son fotos! Eso
sí, ojalá cuelguen pronto la sesión entera en la web de Nictofilia o su
fanpage), sino también por la lúbrica labor de curaduría editorial de Marcia
Morales Montesinos, a quien debo constantes erecciones mediante la lectura
pormenorizada y el análisis de estos relatos que secaron mi resaltador debido a
la cantidad de penetraciones demoniacas, masturbaciones necrófilas y monstruosas
violaciones que he señalado para las futuras generaciones que encuentren este
ejemplar en mi biblioteca.
Por eso, lean Nictofilia, y si
no sabes qué regalarle a la loca de tu flaca, al jeropaza de tu gil, al más
arrecho o arrecha y friki de tus patas, o incluso a tus viejitos, acá tienes
una opción que no les será indiferente, y que fácil hasta te lo agradecen, porque
para entretenido nada mejor que gore, canibalismo y terror porno, eso es seguro.